Conspiración para la insurrección:

la preparación del golpe.

 

Por Julio Arostegui

Historiador. Catedrático de Historia Contemporánea.

Universidad Complutense de Madrid.

    La historia de las conspiraciones y proyectos insurreccionales contra el régimen republicano es en España tan antigua como la de ese régimen mismo. Primacía en la historia corresponde, sin duda, a las fuerzas sociopolíticas más ligadas a la situación anterior: el monarquismo liberal y el legitimismo (o carlismo). No tardará en seguirles el anarquismo desde el polo opuesto, claro está, de las aspiraciones sociales.

    En el uso de la fuerza armada, el primer jalón es el putsch Barrera-Sanjurjo, 10 de agosto de 1932, inspirado por un sector social concreto: la aristocracia monárquica.

    Durante un período, la conspiración por la derecha une a alfonsinos y carlistas, y a ambos con Mussolini (en el conocido pacto de 1934).

    El insurreccionalismo obrero de 1934, que —recuérdese—tiene como motor confesado el impedir que la República sea entregada a los no republicanos, acelera la propensión de las derechas a operar por la vía extralegal.

    Otra vía conspirativa es la que, de manera más o menos autónoma, llevan adelante un sector del carlismo y el fascismo español representado por Falange Española.

    Uno y otro grupo piensan, en algún momento de su trayectoria, en el levantamiento sobre la base de milicias armadas. Sin embargo, la necesidad de contar con la fuerza armada convencional acaba imponiéndose a ambos.

    En cuanto al grupo mayoritario de la derecha española, CEDA, y a su jefe, José María Gil-Robles, este último intenta, treinta años después de los hechos, minimizar una participación probada en la conspiración final. Su apoyo fue político, económico y con participación personal. Sin embargo, es cierto que el partido y sus juventudes nunca elaboraron un plan autónomo de sublevación.

    La conspiración definitiva tiene como protagonista indiscutible a una fracción mayoritaria del Ejército. Se trata, en efecto, de una conspiración militar, pero sus conexiones con grupos de presión, partidos políticos y demás colaboradores civiles, la convierten en un fenómeno con los rasgos típicos de los levantamientos militares en España.

    La novedad reside en otro punto: su planificación como golpe simultáneo posibilitado por una extensa red de adhesiones y no como un asalto puntual al centro neurálgico del poder. Como es habitual también, la sugestión al Ejército para la destrucción por la fuerza del sistema político existente, tiene su origen en la sociedad civil y precedentes antiguos.

    La cristalización de la connivencia sucede, a fines de 1935, con el agotamiento de la situación política de centro-derecha, y se acelera desde el triunfo electoral del Frente Popular. A fines de 1935 se conocen ya las primeras reuniones formales de generales con fines conspirativos (Goded, Orgaz, Villegas, Fanjul, Ponte, Varela).

    Un autor con evidente desaprensión califica de frente cívico-militar esta connivencia de elementos civiles y militares, en un intento, sin duda, de dotar al movimiento de un pretendido consenso en el que, ciertamente, los conspiradores militares jamás pensaron. Para ellos, como está demostrado, la colaboración civil fue una necesidad, no un deseo, cuestión que, por lo demás, deja patente el interés de una revisión del verdadero papel político del Ejército.

    La conspiración militar posee, en parte al menos, un apoyo asociativo: el de la Unión Militar Española (UME), nacida en 1933 por el impulso principal del comandante Bartolomé Barba, cuya actuación concreta no está enteramente documentada. Si bien tal asociación era, sobre todo, asunto de jefes y oficiales, no de generales.

    Desde enero de 1936 se discuten propuestas de sublevación en reuniones militares. A propósito del triunfo izquierdista en las elecciones de febrero, Portela Valladares recibe presiones—de Gil-Robles y Franco— para la declaración del estado de guerra y la suspensión de los resultados electorales.

    Entre febrero y abril, círculos militares concretan planes de alzamiento que, nunca plenamente maduros, quedan eliminados por la retirada de uno de sus principales instigadores, el general Rodríguez del Barrio.

    Hasta ahora, futuros dirigentes, como Mola o Franco, no tienen un papel destacado. El cambio de destino que, en marzo, afecta a generales como Goded. Franco o Mola, dificulta aún más las cosas

    Será en la última decena del mes de abril de 1936 cuando al frente de los trabajos conspirativos se coloque la persona que los haría culminar: el general Emilio Mola, desde su puesto de gobernador militar de Pamplona.

    Entre abril y julio de 1936, Mola monta un dispositivo militar de sublevación simultánea en todas aquellas guarniciones donde se consiga la adhesión. La acción contaría con el apoyo civil y paramilitar—carlistas, falangistas— que se pudiera obtener, sin que el elemento militar perdiese nunca la función directiva.

    Hasta una fase avanzada de esta elaboración no se pensará en el Ejército de Africa como pieza clave. Se contará con apoyos económicos de importancia por parte de monárquicos, hombres de negocios, como Juan March y la Editorial Católica, a través de Gil-Robles, entre otros; había también contactos extranjeros que no parecen, sin embargo, relevantes antes del hecho mismo del alzamiento.

    La sublevación se prepara en la inteligencia de que su jefe natural será el general José Sanjurjo, exiliado a la sazón en Portugal. La dirección de Mola, en todo caso no es admitida sin reticencias por otros generales y por círculos afectos a la UME.

    Sólo la eficacia y claridad de sus planes y de su red de enlaces consigue su aceptación definitiva a fines de mayo. Mientras, Franco, en Canarias, se mantiene informado, pero en actitud más pasiva.

    Capítulo importante de todo el proceso es la conexión de Mola con el carlismo, del que se encuentra muy lejos ideológicamente, pero desde cuyo centro de mayor arraigo, Navarra, actúa el conspirador. El contacto Sanjurjo-Mola se materializa, precisamente, a través de la relación de ambos con los carlistas.

    Como hemos dicho, éstos poseían a principios de 1936 un plan autónomo de sublevación que preveía también la jefatura de Sanjurjo. Pero Mola necesitaba de los hombres que podía facilitarle el carlismo navarro para sus planes de marcha sobre Madrid.

    Las negociaciones de Mola y los carlistas son el capítulo más laborioso. En abril, Mola difunde su primera Instrucción reservada a la que seguirán cuatro más y otros diversos documentos. Descarta progresivamente un plan centrado en Madrid, donde duda del triunfo, y se decide por uno simultáneo en todas las regiones con convergencia final sobre el centro. El 5 de junio, un documento de Mola expone sus ideas sobre el establecimiento de un Directorio militar, y en ello se encuentra la clave de sus disidencias de última hora con los carlistas.

    A lo largo de junio, Mola completa la red de los conjurados, efectúa los más importantes contactos políticos, determina los cuadros de mando de la sublevación y consigue la adhesión definitiva de Queipo de Llano y Miguel Cabanellas, generales tenidos por republicanos.

    Concreta las actuaciones de la Marina y de las fuerzas de Africa y discute ampliamente con los carlistas las condiciones políticas en que éstos se sumarían al alzamiento. Se concreta también la adhesión de Falange Española.

    Las primeras fechas barajadas para el alzamiento lo sitúan para la última decena de junio. Se efectúan sucesivos aplazamientos. En cualquier caso, el último documento preparatorio de Mola lleva fecha del 1 de julio.

    La desavenencia final de Mola y la alta autoridad carlista —Javier de Borbón, Fal Conde—hace, según ha señalado una fuente importante, Antonio Lizarza, que se abandone el plan primitivo conjunto de la Comunión y el Ejército, que era que Navarra se levantara el día 12 y Africa el 14.

    Aunque ni tal fecha ni la disposición del plan son confirmadas por otras fuentes, el hecho es que el acuerdo se concluye el 14 de julio y la fecha definitiva queda señalada para el 17 de julio en Africa y el 18 en la Península.

    Permanece oscura la influencia directa del asesinato de Calvo Sotelo, que se conoce el 14, en la fijación de la fecha. De hecho, Franco tiene a su disposición el avión que le trasladaría de Canarias a Marruecos desde el día 11.

    En Pamplona, la concentración de los combatientes no se efectúa hasta el domingo 19 por la mañana. Aquella misma tarde sale de allí la primera columna sublevada, la de García Escámez, con el objetivo final de Madrid.