Evolución política del bando republicano.

 

 

La sublevación había provocado la inmediata dimisión del Gobierno, di­rigido por Santiago Casares Quiroga, y el encargo del presidente Manuel Azaña a Diego Martínez Barrio para formar nuevo gobierno. El fracaso de este en sus gestiones para paralizar el movimiento insurgente y sus rece­los de entregar armas al pueblo lo llevaron también a dimitir el mismo 19 de julio. De este modo -buscando un nuevo consenso político-, Aza­ña confió a José Giral, catedrático de Química de Salamanca y pertene­ciente a Izquierda Republicana, la inmediata formación de un nuevo go­bierno, integrado por prohombres del republicanismo moderado, y comenzó entonces la entrega de armas al pueblo.

Hasta el fin de la guerra, las instituciones republicanas siguieron funcio­nando sobre la base de la pluralidad y con la Constitución en vigor, a pe­sar de las limitaciones que imponía la situación bélica. La dinámica de los partidos y las organizaciones republicanas, con posiciones diferentes acer­ca de la marcha de la guerra y las medidas políticas consiguientes, pro­vocó cambios de gobierno y enfrentamientos, a veces sangrientos, en el propio bando republicano.

 

1. El gobierno de Largo Caballero.

 

El día 5 de septiembre de 1936, el presidente Azaña encargó formar go­bierno a Francisco Largo Caballero, líder de la izquierda del PSOE, quien formó un gabinete de amplísima coalición que integraba a nacionalistas vascos y catalanes, los partidos republicanos, el PSOE y el Partido Co­munista. Unos días más tarde se integraron en el gobierno cuatro minis­tros anarquistas.

En la Guerra Civil española, coincidiendo con la ofensiva de los suble­vados sobre Madrid, tuvo lugar un hecho excepcional en la historia del movimiento anarquista: la participación en un gobierno de ministros de esa ideología. El día 5 de noviembre de 1936, la Gaceta de la República publicaba los nombramientos: Juan Peiró, ministro de Industria; Juan Ló­pez, ministro de Comercio; García Oliver, ministro de Justicia, y Federica Montseny, ministra de Sanidad.

Una medida notable fue la aprobación, el 1 de octubre, del estatuto de autonomía del País Vasco.

A principios de noviembre, el Gobierno abandonó Madrid, gravemente amenazada por las columnas del sur, trasladándose a Valencia. Madrid quedó bajo la autoridad de una Junta de Defensa dirigida por el general Miaja, con la colaboración del general Pozas, que obtuvo una gran vic­toria moral al hacer fracasar los intentos del ejército franquista de tomar la capital.

El gobierno de Largo Caballero acometió las principales reformas políti­cas y militares en los meses siguientes. A pesar de algunos retrocesos, compensados con la victoria republicana en Guadalajara, la confianza en la victoria era grande. Sin embargo, nuevos factores vinieron a complicar la situación.

El Partido Comunista de España, que contaba con unos 10.000 afiliados na­da más comenzar la guerra, vio aumentar su protagonismo por diversas causas: la disciplina interna; el control de los suministros rusos, que em­pezaron a ser esenciales en el esfuerzo de la guerra, dado el bloqueo de suministros de los países occidentales, amparados en el Comité de No Intervención; y, por fin, la división entre las demás fuerzas republicanas.

 

2. Guerra o revolución.

 

El PCE preconizaba ante todo la unidad para enfrentarse a un enemigo que se caracterizaba por su unidad de acción. De hecho, había logrado unir en Cataluña a todos los partidos socialistas y comunistas en un nue­vo partido, el Partido Socialista Unificado de Cataluña. Asimismo, la política del PCE buscaba la alianza con los sectores de la burguesía media, pequeños empresarios y campesinos bajo el lema "primero ganar la guerra", mientras que otras fuerzas -anarquistas, POUM- entendían que había que tomar medidas revolucionarias y colectivizadoras para poder contar con el apoyo popular que llevase a la victoria.

Los enfrentamientos llegaron a su culminación en mayo de 1937, con combates en Barcelona entre partidarios de ambos grupos. En esa lucha fue detenido y asesinado el líder más prestigioso del POUM, Andreu Nin. La movilización popular que provocó la sublevación demandaba cambios en la organización económica y social, que fueron llevados a cabo por el gobierno republicano desde los primeros momentos de la guerra. Así, se redujeron los alquileres de viviendas; fueron incautadas y nacionalizadas industrias de los partidarios de la sublevación (2 de agosto de 1936); con­tinuó la reforma agraria y la expropiación de fincas abandonadas, que fueron cedidas en usufructo perpetuo a sus cultivadores; se nacionaliza­ron industrias básicas, como CAMPSA y las compañías ferroviarias, y se estableció el control estatal sobre los bancos y las instituciones financieras.

Pero el aspecto más llamativo y transformador radicó en las colectiviza­ciones de empresas y, sobre todo, de explotaciones agrarias, que fueron llevadas a cabo por las organizaciones sindicales campesinas. Las colecti­vizaciones afectaron a cerca de tres millones de hectáreas en extensas zo­nas de Aragón, Levante y Andalucía, ya un total de 156822 familias. Mien­tras las organizaciones campesinas de la CNT y UGT apoyaban sin reservas la colectivización, el PCE mantuvo sus reservas a estas medidas, en la idea de conseguir el apoyo del pequeño campesinado propietario.

 

3. El gobierno de Negrín.

 

A partir de la crisis de mayo de 1937, el gobierno republicano pasó a es­tar dirigido por el doctor Juan Negrin, del PSOE, partidario de la máxima unidad de las fuerzas republicanas y apoyado en los comunistas. En la zona republicana, las derrotas enturbiaron aún más las relaciones entre la Generalitat de Cataluña y el gobierno central, que deseaba recuperar competencias con objeto de unificar el esfuerzo de la guerra. A tal efec­to, Juan Negrín trasladó la sede del gobierno de Valencia a Barcelona (31 de octubre de 1937), buscando el control de las industrias bélicas catala­nas. Mientras, en la retaguardia, la unidad se afirmaba con la margina­ción, incluso violenta, de los anarquistas y comunistas heterodoxo s del POUM. El apoyo del Frente Popular francés y de la Unión Soviética al bando republicano favorecería el crecimiento espectacular de los comu­nistas, erigidos en árbitros de la situación durante los dos últimos años de vida de la República.

Tras la caída del frente norte, en octubre de 1937, y las derrotas de 1938, particularmente la sufrida en la batalla del Ebro, las esperanzas republicanas estaban en quiebra. Por otro lado, la política de conce­siones y "apaciguamiento" mantenida por los británicos frente a Hitler se concretó en el Pacto de Munich, en octubre de 1938, con la cesión de Checoslovaquia, gesto que hacía temer lo peor a los dirigentes re­publicanos.

En ese momento, la consigna del gobierno de Negrín de resistir a ultranza hasta que se desencadenara el inminente conflicto europeo no fue igual­mente comprendida por todos los combatientes republicanos. Un sector, en el que se integraban militares profesionales, como el coronel Casado, pero también dirigentes socialistas, como Besteiro, o combatientes anar­quistas, como Cipriano Mera, había decidido ya la rendición a Franco, confiando quizá en un trato honorable al vencido. Esto llevó a los com­bates internos en Madrid, una vez conocida la caída de Barcelona, y al hundimiento de la resistencia republicana en el centro.

 

  

 

Texto extraído del manual de Historia de España de 2º de bachillerato de la editorial Anaya. Toledo 2001.